El vendaval arrasó 800.000 pinos durante sus 14 kilómetros de recorrido
por una partida del término municipal que había registrado otro
torbellino en 1992.
Los montes de Mosqueruela que quedaron arrasados el 28 de agosto de 1999 por el tornado más devastador del que se tiene constancia en la provincia se han cubierto de pinos 20 años después. El vendaval, de 325 kilómetros por hora, arrancó, partió y arremolinó 800.000 pinos en un pasillo de 12 kilómetros de longitud con una anchura de entre 500 y 20 metros. No discriminó entre los tiernos pimpollos y ejemplares de más de 70 años.
El panorama desolador que dejó el insólito torbellino se ha transformado hoy en pinares más o menos desarrollados en función de la fertilidad del suelo y los cuidados que recibió la zona tras la catástrofe. En los montes más frondosos han crecido pinos de varios metros de altura, pero en los más pedregosos apenas hay matorrales y árboles nacientes.
El destrozo de 1999 afectó a una partida, la de las Cañadas, que ya había sido escenario de otro potente tornado en 1992, aunque menos virulento –derribó 20.000 pinos–. También hay constancia en el municipio de estos fenómenos destructivos en 1961 y 2004. El agente de la protección de la naturaleza destinado en Mosqueruela, Luis Miguel Rubio, señala que todos los torbellinos se concentran en torno a la carretera que comunica la localidad con la vecina Cantavieja y achaca la coincidencia a la orografía del lugar.
El tornado de 1999, que también alcanzó a Fortanete y Cantavieja, destaca sobre el resto de los constatados en el último siglo en Teruel por su virulencia. Está calificado como EF3 en la escala Fujita que mide la intensidad de estos fenómenos atmosféricos y que va de 0 a 5. Un estudio realizado por los meteorólogos Francisco Espejo y Ricardo Sanz señala que en la tarde del 28 de agosto de hace 20 años se dieron unas condiciones meteorológicas que propiciaron el vendaval, sobre todo por la "convergencia de vientos húmedos mediterráneos con una masa de aire atlántico frío".
Los investigadores repasan la trayectoria del tornado desde su inicio en el barranco de Jujarra, su trayectoria –que se movió entre los 1.420 y 1.760 metros de altitud– y sus efectos. Concluyen que "los daños en los pinos son devastadores, resultando la mayor parte de ellos partidos y arrancados del suelo". Espejo y Sanz consideran que la orografía condicionó la trayectoria, que no afectó a zonas habitadas ni causó daños personales.
Pinos nacidos en la zona afectada por el tornado de 1999.
Luis Miguel Rubio
El viento huracanado arrancó el tejado de una masía que estaba deshabitada. El único testigo del vendaval fue un guarda forestal que estaba sobre una torre de control de incendios. Luis Miguel Rubio señala que su colega "se libró por muy poco". "Le pilló arriba de la torre –relata Rubio– y no le dio tiempo a bajar. Vio lo que se le venía encima y se despidió de su familia por radio porque pensó que no se iba a salvar". Afortunadamente, el punto de vigilancia se quedó en el límite de afección del tornado. Aunque las ramas y los troncos arrancados golpearon la garita, el forestal salió indemne.
Luis Miguel Rubio explica que la situación actual del monte devastado por los vientos desbocados de hace dos décadas varía mucho entre los montes públicos y los privados. Mientras que en los primeros se llevaron a cabo labores de saneamiento, en los segundo no se actuó y, veinte años después, todavía se pueden ver troncos tirados por el suelo medio descompuestos mientras junto a ellos han nacido ejemplares de relevo.
El agente forestal señala, no obstante, que "la mayor parte de la zona afectada se ha regenerado bien". La permanencia de algunos pinos aislados ha favorecido la reforestación espontánea por la caída de piñas con semillas que han germinado y han dado lugar a pinos vigorosos que no tienen que competir por la luz y el agua con árboles más grandes y envejecidos. En las zonas más fértiles, han crecido pinos de hasta cinco metros de altura y más de 10 centímetros de diámetro, muy lejos todavía de los 14 metros de altura media del pinar de 1999 y de su promedio de 40 años de vida.
El viento huracanado arrancó el tejado de una masía que estaba deshabitada. El único testigo del vendaval fue un guarda forestal que estaba sobre una torre de control de incendios. Luis Miguel Rubio señala que su colega "se libró por muy poco". "Le pilló arriba de la torre –relata Rubio– y no le dio tiempo a bajar. Vio lo que se le venía encima y se despidió de su familia por radio porque pensó que no se iba a salvar". Afortunadamente, el punto de vigilancia se quedó en el límite de afección del tornado. Aunque las ramas y los troncos arrancados golpearon la garita, el forestal salió indemne.
Luis Miguel Rubio explica que la situación actual del monte devastado por los vientos desbocados de hace dos décadas varía mucho entre los montes públicos y los privados. Mientras que en los primeros se llevaron a cabo labores de saneamiento, en los segundo no se actuó y, veinte años después, todavía se pueden ver troncos tirados por el suelo medio descompuestos mientras junto a ellos han nacido ejemplares de relevo.
El agente forestal señala, no obstante, que "la mayor parte de la zona afectada se ha regenerado bien". La permanencia de algunos pinos aislados ha favorecido la reforestación espontánea por la caída de piñas con semillas que han germinado y han dado lugar a pinos vigorosos que no tienen que competir por la luz y el agua con árboles más grandes y envejecidos. En las zonas más fértiles, han crecido pinos de hasta cinco metros de altura y más de 10 centímetros de diámetro, muy lejos todavía de los 14 metros de altura media del pinar de 1999 y de su promedio de 40 años de vida.
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